Internet: ¿Qué efectos provoca en nuestro cerebro?

En los últimos años Nicholas Carr, un experto en literatura y lenguaje de la Universidad de Harvard, empezó a notar que sus hábitos cognitivos no eran los mismos de antes. Ya no podía sumergirse en una buena lectura por horas y horas sino que su concentración se interrumpía luego de dos páginas. “Perdía el hilo y quería iniciar otra actividad como ver mi correo, un blog o escribir un ‘e-mail’”. El principal sospechoso de su dispersión era Internet. Según él, su mente se había adaptado al mismo estilo de procesamiento de información que usa la red, compartimentada y sintetizada, y por ello ahora quería a toda hora información expedita, nueva, en partículas y no la prosa calmada y extensa que estaba acostumbrado a disfrutar. Ese fue el punto de partida de una larga investigación que plasmó en el libro The Shallows: what Internet is doing to our brain (Los superficiales: lo que Internet le está haciendo a nuestro cerebro) lanzado este mes en Estados Unidos, en el que Carr trata de probar que estaba en lo cierto. En su último libro Carr analiza los efectos que el uso de Internet está provocando en el cerebro humano. La génesis de su ensayo se encuentra en su controvertido artículo ‘Is Google making us stupid?’ (¿Google nos está volviendo estúpidos?), publicado en la revista ‘The Atlantic’ (podéis consultarlo aquí en castellano). La idea principal tras este artículo es queInternet nos está obligando a leer de manera superficial y socavando nuestra capacidad para prestar atención de forma contínua sobre textos largos. La defensa habitual del medio online suele consistir en resaltar el amplio (casi infinito) acceso a la información y el conocimiento que nos brinda la Red. Según Carr un amplio acceso a la información no necesariamente incrementa nuestro conocimiento, sino todo lo contrario: la lectura superficial que genera la red reduce en muchos casos nuestra capacidad para generar conocimiento: “Cuando la Red absorbe un medio, ese medio es recreado a imagen de la Red, y ésta inunda el contenido del medio con hiper-vínculos, anuncios tintineantes, y otros trucos digitales, que envuelven el contenido que nos interesa con el contenido de otros medios que ya ha absorbido. Un nuevo mensaje de e-mail, por ejemplo, puede anunciar su llegada mientras vemos los titulares de un periódico. El resultado es la dispersión de nuestra atención y la difuminación de nuestra concentración”. En su libro Carr examina la historia de la lectura y de la ciencia, y cómo los sucesivos medios han cambiado (no siempre a mejor) nuestros procesos cerebrales: el cerebro se autotransforma para ajustarse a las nuevas fuentes de información: de la tradición oral, al lenguaje escrito; del lenguaje escrito a la imprenta; y de ésta a Internet. Y este último cambio es el que nos está llevando a dejar atrás algunos de los procesos congnitivos que adquirimos con la llegada de la imprenta y la popularización del libro, tales como la adquisición de conocimiento, la creatividad, el pensamiento crítico, la originalidad, el análisis y la reflexión. Su hipótesis de que Internet está volviendo a las personas de pensamiento liviano y dispersas: el sistema de procesamiento de información en la red privilegia las interrupciones para estar pendiente de nueva información. El contenido se da desde varias fuentes, vídeo, texto e imágenes, y todas compiten por la atención del lector e impiden a la mente sostener el foco de atención en un solo tema. El chat y el e-mail, con sus alarmas, son otros distractores. Se calcula que un trabajador promedio chequea su buzón de correo entre 30 y 40 veces en una hora. El problema es que para que la mente procese información en la memoria a largo plazo, que es la que produce las ideas complejas y enriquece el pensamiento, necesita de la memoria de trabajo, cuya capacidad es muy limitada. “Y solo cuando le ponemos atención a una nueva información podemos asociarla con conocimiento sistemático ya establecido en la mente”. A pesar de todo el psicólogo Diego Castrillón considera que hay una gran cantidad de estudios que muestran lo contrario, es decir, “que Internet nos hace más inteligentes”. Uno, publicado en 2009, mostró que los videojuegos mejoran sustancialmente tareas cognitivas, desde la percepción visual hasta la atención y la memoria. Castrillón considera que Internet ha vuelto menos hábil a la gente en cosas cotidianas, como recordar teléfonos, pero también ha tenido efectos positivos en la especialización de las personas. “Si en una bases de datos escribo la palabra ‘depresión’ el resultado son miles de investigaciones y todas recientes”, dice. Esta gran oferta de información ha llevado a las subespecialidades, que exigen procesos cognitivos profundos y no superficiales, como asegura Carr. “No se puede satanizar a la tecnología sino al uso que se le da”, dice Castrillón, para quien es obvio que una persona que quiere concentrarse apaga todos esos distractores. De hecho, el software exitoso que se usa hoy en colegios para mejorar el proceso de aprendizaje solo permite la navegación para temas relacionados con el foco de estudio y no para chatear con los amigos de Facebook. Y si bien es cierto que Internet ha sido la causante de muchos problemas, como el descenso del nivel de lectura de libros, ese tipo de cambios siempre sucede con grandes transformaciones sociales.

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