La telerrealidad devaluada

Autor: Leonel Giacometto in Notas en un diario Entre Gran Hermano 2011 (por Telefé) y Soñando por bailar (por Canal 13) están casi todos los programas actuales del verano argentino. Pero cabe destacar que también hay un resto que sigue al aire y se dedica a otras cosas, a otros menesteres del saber informativo que se dice. Chiche Gelblung, por ejemplo, sigue al aire en la televisión del verano y destapó la olla sobre la posibilidad de que Hitler, Adolf, no se haya suicidado en el búnker berlinés en 1945, sino que se haya venido para acá con Eva Braum, al sur, donde al parecer en 1970, en una gira haciendo Canciones para mirar, de María Elena Walsh (que murió hace poco), China Zorrilla y Carlos Perciavalle (que dice que se murió hace unos años y que los extraterrestres lo reimplantaron) fueron invitados a un asado privado del dueño del hotel donde estaban parando, en Bariloche. Ahí dijo Chiche que Perciavalle y Zorrila lo vieron a Hitler, que por supuesto presidía y que aún tenía el bigotito, dijo Chiche Gelblung, que viene desde lejos en los medios gráficos y audiovisuales argentinos. Como Susana Giménez, que no está al aire pero cumplió 67 o 68 años en Punta del Este, y dijo que “no está saliendo con ningún bañero, que está bárbara como está, que no quiere a nadie y que Marley qué sé yo cuando mi cumpleaños, ehhh, nah, nada, nada, ni novio ni ebria esa vez que, ehhh, tampoco yo, bueno, tomo un vaso de vino tinto y me río de cualquier chiste”. No fue la revista Gente la que la fotografió más bien en tetas que haciendo toplees y la fotoyopeó de cintura ligera. Fue en (o para) la revista Papparazzi, propiedad intelectual de Luis Ventura (que ahora también actúa) y de Jorge Rial, que sigue al aire, como Mirtha Legrand y varios más que hacen malabares para entrar y no entrar, tragando saliva y demás fluidos siempre, en el aburrimiento total de estar, desde hace un año, mencionando siempre las palabras Ricardo Fort y Marcelo Tinelli. El primero sigue siendo la baronesa de un grupo de hijos de ricachones no peores que él, pero de menor contenido graso quizás. El segundo busca novia dientuda, serena y de ambición media por ahí, mientras aceita el engranaje de su reaparición en abril, y los hace laburar a todos a sol y sombra en una serie de programas, subprogramas, programas debate y galas todos devenidos de un formato engendro que simula lo que en el otro canal (Telefé) se degrada en su mismo errar como juego y pierde gracia: Gran Hermano. Telerrealidad Si es como se cuenta, y con el peso audiovisual acumulado de varias experiencias anteriores que se remontan hasta donde todo era en blanco y negro, fue el jueves 4 de noviembre de 1997 donde la televisión mundial quiso dar un paso más en la confusión y refundición de géneros, a lo que está pareciendo que se ve, a lo que se ve realmente y a lo que nunca jamás se tendrá acceso. Fue en los Países Bajos, país lejano pero potente en cuanto a sacarle provecho a la ventaja, lo creativo, el consumismo, el markenting, la desazón del presente, lo “progre”, las ganas de nada, el poder y las duales constantes de bordear límites que por ahora son puro teatro. En algo parecido a una sesión de lluvia de ideas (brainstorm), rediseñando algunos puntos de contacto con otros programas ya existentes (Real World, por MTV, por ejemplo), y después de una sarta de verborragia que pudo haber ido desde el Proyecto científico Biosfera 2, pasando por nociones varias sobre la catarata de elucubraciones digamos serias y no serias que se vendrían, sobre las especulaciones financieras, sobre la forma de la publicidad posible, sobre el guiño de tomar “el concepto” (visual) de la película 1984, dirigida por Michael Radford exactamente en la misma época donde transcurre lo que imaginó George Orwell para su novela homónima, y así mojar orejas que se dice, hasta llegar a una cuestión que subsiste, y es real: ¿Qué hacer con cierta mano de obra joven que pulula y ronda por los canales como esperando que algo de ellos sea visto y dicho en la verdad de la tele? Así, cuatro productores de la parte “independiente” de Endemol armaron Gran Hermano y John de Mol, la cabeza de esa producción, se llenó de plata vendiéndole el formato al mundo entero. Endemol fue toda de él entonces, pero después de consumirse todo se la vendió a Telefónica. Pero John de Mol después volvió a comprarle una parte a Telefónica, pero no como él sino como una empresa italiana del mismísimo Silvio Berlusconi. Gran Hermano llegó a la Argentina en marzo de 2001 y a diez años del primer Gran Hermano la cuestión se degradó un poco. Y no para terrenos casi esperados por la teleaudiencia y como sigue sucediendo en otros países: Sexo bizarro, embarazadas pariendo, abstinencias, enchastres, simil gore, simil furia, simil ingenuidad aunque sea pasajera, cierta orfandad. No. A no ser que sea parte de algún tipo de guión mejor armado, el programa especula sobre la propia especulación de los participantes, que también especulan desde el vamos sobre lo que la audiencia y, sobre todo la producción, podrían estar esperando de ellos. Los jugadores se hicieron de ambos lados más importantes que el juego mismo y todos manipulan lo que tienen a su antojo. Entonces no hacen nada, como que se dejan estar, como esperando ser retados para empezar a actuar y, de ese modo, no gastar demasiadas energías. Y se nota, mucho más que en los anteriores. El huevo de la serpiente no es una posibilidad en la televisión. Ahora bien, si se cambia de canal, la cuestión se pone aún más vulgar, más desorganizada, más chata, más vacía pero más conspirativa y argentina. Como si tuvieran la lluvia seca es la sensación del cómo en la producción de Ideas del Sur, y el capricho ambicioso de Marcelo Tinelli de, quizás, en algún momento sentirse parte del párrafo de John de Mol. Soñando por bailar es una especie de meta o sub o infra Reality Show (o Telerrealidad, que suena mejor) con dosis de “ver qué onda”, errores groseros, especulaciones varias sobre el futuro próximo de la televisión argentina, un casting de monigotes todos de mentira y Viviana Canosa, que, o dio el mal paso o Daniel Hadad al parecer lo va a lograr con ella esta vez: Ser la sucesora de Susana Giménez. O eso parece al menos, ya que como se nota, la que otrora fue una guerra descubierta y a boca de jarro entre Viviana Canosa (Viviana/Soñando por bailar) y Jorge Rial (Intrusos/Gran Hermano), hoy arremete con una espesa frialdad que daría indicios de otra cosa, cierta ambigüedad de ambos por, en algún momento, volver a ser lo que eran. Pero no. Canosa le pasó una factura a Rial desde el mismo costado donde el otro se quiere, digamos, limpiar. La vez anterior Hadad le había prestado el helicóptero para sobrevolar la ubicación real del anterior Gran Hermano y logró lo que nunca había pasado: La señal se interrumpió por unos minutos. Esta vez fue todo gracias a Ideas del Sur y fue más cruel (si se tiene en cuenta la palabra manoseo). Quién sabe cómo, quién sabe por qué, quién sabe cuán amigos son Tinelli y Hadad, qué cosa se piensa de Rial en off, qué piensa Suar de todo el engrase, quién sabe si fue casualidad, si justo alguien le fue a otro con la data, si se armó desde el vamos, si fue real la sorpresa de Canosa al aire el 31 de enero cuando volvió, lo cierto fue que encontraron a la persona que se prestó a una cámara oculta (el primero de todos los realities) que en su momento Rial había pergeñado para, literalmente, armar un despelote entre canales y personas: La cámara oculta al primer ganador de Gran Hermano, Marcelo Corazza, a quien Telefé había adornado de humildad, don de gente y actitudes masculinas positivas, y que según Rial andaba levantándose menores (varones) por ahí. Ése supuesto varón menor resulta hoy Julieta Bieca, travesti de profesión, a quien sospechosamente expulsaron de Soñando por bailar (y de Canal 13) una semana antes de, por decirlo así, escupirlo todo en la vuelta de Canosa. Lo más interesante de Jorge Rial es su capacidad para no saber disimular su sed de venganza, para no dejar quietos algunos músculos faciales. De igual modo, en la conducción de Soñando por bailar, a Viviana Canosa se le van los gestos (y no como en su programa), la exceden sus propios vestuarios, el color nuevo en el pelo le queda mal, no quiere ser más blanca, se para mal Viviana Canosa en el medio de los participantes. La venezolana que vino de la mano y gracias a Pablo Alarcón, Claribel Medina, conoce un poco más los resortes de la actuación en un lugar más hostil y peligroso: Cuestión de peso. Pero a Viviana Canosa nadie le avisa porque Ideas del Sur produce el minuto a minuto del rating, no lo espera sino que lo impone, lo desata a merced de cualquier cosa, sobre todo el buen gusto. A Jorge Rial lo sostienen ciertos criterios en la conducción de Gran Hermano que, a la fuerza, le contracturan el cuerpo entero y no lo dejan (nunca) a merced de él mismo y, sobre todo, de las fieras. Las fieras son la producción, esas personas que trabajan en pirámide y que están atrás de lo uno está viendo, escuchando y recibiendo. Lo que se recibe va perdiendo gracia este verano. Devaluación O no pasa nada o se están llenando los bolsillos, o ya no saben qué hacer para llevarlo a uno a que lo vea, o está por explotar Pamela Sosa. Entre esas posibilidades estaría la situación de los artistas de la televisión que están haciendo teatro en Mar del Plata y Villa Carlos Paz. Los que más o menos transitan, empiezan a transitar, ya transitaron y ya se gastaron, los que se llaman actores, los bailarines, las vedettes, las modelos, las actrices que conducen, las que conducían las camas de los conductores, y toda la galería de farándula expositora de talento para el carisma, la empatía y cierta cuestión sobre qué cosa define realmente el querer dejar de ser espectador televisivo para ser parte de una comparsa que, si se la mira con atención, podría llegar a ser un partido político. Un decir sobre esa gente que hoy, en la televisión argentina del verano, aparece si hace falta y deja paso al libre albedrío de los productores y de una camada de no menos cincuenta jóvenes que, hoy por hoy, de la mañana a la noche, hace como que conoce el juego e intenta repetirlo a menor escala, como siendo parte de aquella otra comparsa, que ya pululaba en la tele cuando éstos chicos aún la miraban de reojo. La gente aprende.

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