Cine: «Cisne Negro»

Si hay una película en los últimos tiempos que demuestre lo poderosa que puede ser las imágenes, lo hipnóticos que pueden ser los fotogramas en movimiento, esa es, sin duda, "Cisne Negro". Atreverse con ella no es fácil, pero el viaje vale la pena. Un viaje hacía lo más profundo de la obsesión acompañando a una inmensa Natalie Portman. La primera mirada al filme en su arranque es simple, y te trae la belleza de un Ballet. Pero ¿y si te acercas más? ¿Y si Darren Aronofsky te agarrara y te obligara a mirar mucho más a fondo? ¿Y si al principio prefirieras apartar la mirada? ¿Y si luego, a tu pesar, ya no pudieras dejar de mirar? Con estas preguntas resumo las sensaciones que asaltan al Espectador cuando se interna en este auténtico descenso a los infiernos de la mente que es "Cisne Negro". Una película que se hace merecedora de calificativos como enfermiza, morbosa, dura, y, a pesar de sus nulas concesiones a lo fácil, también fascinante. Tiene una cierta simetría este filme con el anterior trabajo de su director, "El luchador". Y esa simetría se produce por la común presencia unos protagonistas autodestructivos, sólo que en el caso del personaje de Natalie Portman, somos testigos, curiosamente, de una caída hacía arriba y en plena ascensión en el viaje de ida hacía la fama y la inmortalidad, a diferencia del viaje de vuelta del luchador decadente que interpretaba Mickey Rourke. Para ello, el realizador se vale de recursos ya vistos en películas de géneros aparentemente distintos. Los sonidos, las imágenes malsanas y en ciertos momentos casi subliminales, contribuyen a crear una lograda atmósfera de horror y opresión. Se vale también de ciertos recursos marca del realizador, como esa fotografía granulada, o el colocar la cámara justo en la nuca de Natalie Portman a lo largo de considerables planos secuencia con la clara intención de aumentar la identificación subjetiva con el protagonista. También dota a la fotografía de una paleta de colores que prácticamente se limita al color blanco y negro en vestuario y decorados, enfatizando la dualidad, el contraste, la lucha interna que invade a la bailarina. Las escenas impactantes, que se acumulan sin pausa, entran en un "Tour de Force" continuo. Si las consideramos de forma aislada, algunas son rocambolescas e incluso en algún momento rozan lo caricaturesco, pero Aranofsky tiene la virtud de saber componer un montaje y una perspectiva general que resulta muy atractiva en su conjunto. Lo de Natalie Portman es tema aparte. No quiero ni concebir el esfuerzo titánico, tanto físico como mental, que le habrá supuesto un personaje tan absorbente, tan complejo. El desgaste al que se debe haber visto sometida para regalarnos una interpretación como ésta, que transmite emociones por cada pliegue del rostro. Un papel, una interpretación, de los que marcan una carrera. Pese a que Natalie Portman hace una interpretación que eclipsa al resto del reparto, si algo hay que apuntar es al innegable acierto de Casting en todos los personajes secundarios. Mila Kulnis, Vincent Cassel, Barbara Hershey, Winona Ryder... todos ellos aportan acierto y presencia a sus registros, como perfecto coro de apoyo a la actuación de la solista principal. Una vez más, Darren Aronofsky nos ofrece un visceral relato de cómo la vocación descontrolada y la búsqueda de la perfección se puede convertir en una obsesión que fagocita y expulsa a el que se acerca a ella. Una cinta que exige mucho y deja exhausto al que se acerca a ella, alejándole de su zona de confort y dejando un profundo poso. Fuente: http://www.elmulticine.com

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