El Clan Puccio: La verdadera historia. Nota completa Revista GENTE

Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.22.56 El Clan Puccio Esto no es ficción. Es la crónica real de la vida de la familia que, en la década del ’80, tiñó las crónicas policiales secuestrando y matando gente en pleno corazón de San Isidro. Los testimonios de los amigos y los vecinos. Los estremecedores relatos de jueces, abogados, víctimas y victimarios. La intimidad de Arquímedes Puccio, su mujer obsesionada por las dietas, sus hijas sumisas y sus hijos rugbiers. Las cartas reveladoras y el trágico final Por Gaby CociffiFotos: Archivo Atlántida-Televisa La verdadera historia En este relato no hay una sola línea de ficción. Los hechos aquí revelados se reconstruyeron con testimonios de testigos, policías, jueces, fiscales, abogados, amigos, víctimas y victimarios. Era una joven redactora cuando me tocó cubrir uno delos casos más sórdidos de la crónica policial argentina: la historia del clan Puccio, esa familia “tradicional” de San Isidro que había transformado su casona colonial en una cárcel para ocultar a las víctimas de sus secuestros extorsivos. Hoy, 30 años después, la historia regresa con fuerza de la mano de El clan –la película de Pablo Trapero que se llevó el premio a Mejor Director en Venecia y superó los dos millones de espectadores Historia de un clan –la miniserie de Sebastián Ortega que ganó el rating y el elogio de la crítica–. Pero lo que ahora vasa leer no es ficción: ésta es la verdadera historia, contada entiempo real. Una crónica de horror, locura y muerte Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.22.46EL SOTANO. “La casa está llena de explosivos. Apenas entren, vuelan todos por el aire”. La amenaza de Arquímedes Puccio (56) sonó como un latigazo esa tarde casi primaveral del viernes 23 de agosto de 1985. Sabía que estaba perdido y jugaba su última carta. Pero ya era tarde. Cuarenta hombres y doce patrulleros de la División Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal habían dado la estocada final. Lo habían atrapado en la estación de servicio desde donde hacía el último llamado para pedir el res-cate por Nélida Bollini viuda de Prado (58), dueña de varios locales en la avenida Independencia y de la agencia de autos Tito y Oscar, a quien había secuestrado 32 días antes. Puccio no estaba solo. Lo acompañaban uno de sus cómplices y uno de sus hijos, Daniel “Maguila” Puccio(23). En el bolsillo del rugbier, que sólo unos meses antes había regresado de Australia, la policía encontró unos papeles arrugados con los números de teléfono de los hijos de la empresaria. Maguila iba a hacer el último comunica-do para cerrar la negociación. Doscientos cincuenta mil dólares por la vida de esta mujer que estaba encadenada aun camastro, en un sótano asfixiante, debajo de la casa delos Puccio. El joven quiso resistirse; hasta intentó manotear el arma del oficial, pero luego bajó la cabeza y, sin mirar a su padre, dijo: “La tenemos en el sótano de mi casa”. Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.22.37La puerta de la cocina de la casa de Martín y Omar 544, pleno centro de San Isidro, se abrió violentamente. Un grito áspero y ronco quebró el silencio de la noche.“¡Contra la pared, contra la pared!”, aulló el hombre de campera de cuero. En sus manos tenía una ametralladora corta. Alejandro Rafael Puccio (26, rugbier del CASI y ex Puma) sintió una pistola en su cabeza. Aterrorizado, sólo atinó a estirar la mano para tomar la de su novia, Mónica Sörvick (21 años, maestra jardinera en el colegio Todos los Santos). Los dos estaban temblando. “¡Nos asaltan! Dios mío, ¿qué es esto?”. La pareja había llegado a la casa un ahora antes, luego de comer unas hamburguesas en Pepinos, un conocido lugar de Acassuso, y alquilar dos películas para ver esa noche tranquilos. Pero, en sólo segundos, el patio de la casa estilo colonial se llenó de pisadas, gritos, policías de civil y uniformados. El oficial atinó amostrar una orden de allanamiento de la jueza María Romilda Servini de Cubría, y antes de que Alejandro pudiera preguntar por qué, le tiró los brazos hacia atrás y cerró las esposas sobre sus muñecas. “¡Soy inocente, soy inocente! ¡No sé nada!” ,gritó el rugbier. Eran exactamente las diez y doce minutos cuando Alejandro –con ojos brillosos y moviendo la cabeza, como negando la realidad– vio cómo dos oficiales sacaban del sótano a una mujer temblorosa, que apenas podía caminar. De pollera y botas marrones, camisa blanca, el pelo revuelto, lloraba y repetía: “¿Por qué me liberaron? ¿Por qué? ¿Quién les avisó? ¿No ven que ahora van a matar a toda mi familia?” . Las amenazas recibidas durante el cautiverio habían dado resultado. La mujer, exhausta, se sentó en uno de los silloncitos de mimbre pintados de blanco que estaban en el patio. La jueza Servini de Cubría pidió un médico. La mujer rogó: “Por favor, no lo llame... Estoy sucia, me da vergüenza”. Alejandro miró la escena entre lágrimas. Un oficial le dijo: “Cálmate, nene. Ahora no digas nada. Pensá que hoy se termina una pesadilla”. La pesadilla se había terminado, sí, pero para esa mujer que fue martirizada durante su cautiverio en el sótano, con paredes recubiertas de diarios, encadenada a un camastro, sobre un colchón húmedo, en un cuartucho dedos por dos, que olía a orín y a alfalfa húmeda (la banda había puesto un fardo húmedo con un ventilador, para hacerle creer a la víctima que estaba en el campo). “Fue una casualidad que se me ocurriera mover el placard, porque en el sótano no la habíamos encontrado”, relató uno de los oficiales encargados del allanamiento. Detrás de ese mueble, donde Arquímedes guardaba herramientas, se ocultaba la puerta al horror.   Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.41LA FAMILIA. Cuando los doce patrulleros rodearon la casa, los vecinos de San Isidro, sorprendidos, empezaron a acercarse. “Asaltaron a los Puccio” , decían. Nadie podía sospechar de Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.27esa familia de misa dominical y costumbres reservadas, que conocían desde hacía tanto tiempo. El padre, Arquímedes Puccio (56), era contador público,“recibido con notas sobresalientes en la Facultad de Ciencias Económicas”–como él mismo resaltó con orgullo en una de sus indagatorias en Tribunales–, ex miembro del servicio diplomático y vicecónsul, recibido en la Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Justicia-lista, ex secretario de Deportes en la Municipalidad de Buenos Aires, y dueño durante años de la tradicional rotisería Los Naranjos, justo debajo de su casa. La madre, Epifanía Ángeles Calvo (53), era profesora de Contabilidad y Matemáticas en la Escuela de Enseñanza Media y Técnica Nº 1 de Martínez y del María Auxiliadora. Alejandro Rafa-el (26, “Alex” para su novia, “Zorri” para su familia, “Huevo” para sus amigos del club), famoso wing tres cuartos del CASI y “queridísimo por todos” , ex integrante de Los Pumas, “el más jodón” en las giras que hicieron por Inglaterra, Italia, Irlanda, Sudáfrica y Francia, que hizo un inter-cambio en los Estados Unidos y “volvió jugando mejor, más rápido que nunca, porque lo suyo era la velocidad” , dueño de Hobby Wind,“el mejor negocio de wind- surf y esquí de la zona, que abrió después de cansarse de vender pollo al spiedo en la rotisería de su viejo” –según contaban sus amigos–,y novio formal de Mónica Sörvick,“con quien estaba ahorrando para comprarse un terreno, casarse y tener muchos hijos”. Lo seguía Silvia Inés(25), profesora de Pintura y Dibujo en el María Auxiliadora, recibida en la Escuela de Artes Visuales de San Isidro y en Bellas Artes, “ una chica muy amorosa, callada y religiosa”. Daniel Arquímedes (23, “Maguila” para todos), jugador del tercer equipo del CASI, y el “divertido” de la familia, había pasado años en Australia hasta que, a principios de 1985, regresó por pedido de su padre “para que toda la familia esté junta” , dijeron en el barrio. Guillermo, el menor de los varones, también era un fanático deportista, y se había quedado en Nueva Zelanda después de una gira, para instalarse en Australia y “probar una nueva vida; cosa de chicos...”, según contaron sus padres un domingo después de misa. Por último estaba Adriana, la menor, de 14 años, que hacía sólo veinte días había vuelto de vacaciones en Mendoza con su madre, de quien erA “amiga inseparable”. Nadie en San Isidro podía sospechar de esta familia. Nadie podía creer que esa casa tradicional fuera la fachada de una banda de secuestradores.   Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.33BUENOS VECINOS. Arquímedes era un hombre poco sociable, riguroso y severo con sus hijos. Acompañaba así mujer a la misa del domingo en la Catedral local, don-de la familia concurría Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.20elegantemente vestida para la ceremonia. “La mamá y las chicas eran religiosas, pero el viejo sólo acompañaba; no era un devoto. Y si Alex iba, era para levantarse minas. Maguila se había hecho budista zen y vegetariano y no pisaba la iglesia”, recuerda un amigo que conoció muy bien a la familia. Lutemberg, dueño del kiosco Populis, justo frente a la casa de los Puccio, describió así a Arquímedes: “Tenía una costumbre rarísima: barrer la vereda a toda hora. Salía con su escoba cada media hora, y cuando yo cerraba el kiosco, aunque fueran las dos de la madrugada, él a veces seguía barriendo. Una vez hasta cruzó a barrerme a mí: ‘Hay que ser buen vecino y cooperar, ¿no le parece? Sin la ayuda de todos los vecinos, nada se puede hacer para mantener lindo San Isidro’. Hasta me pintó el poste de luz, porque decía que estaba feo”. Luc Chielens, encargado de la estación de servicio YPF donde cargaban la nafta del Ford Falcón gris del padre, la pick up F100 de Alex y la combi Mitsubishi amarilla y con cortinitas que en 1985 Arquímedes le había regalado a Maguila (y que usaron para secuestrar a la señora de Prado), comentó incrédulo: “Era un hombre estricto y formal. Le gustaba vestirse bien y usar corbata. Parecía un señor algo maniático, pero nada más. En el barrio lo apodaban CuCu, porque se asomaba a la ventanita de su escritorio y miraba todo lo que pasaba en la calle ante el menor ruido. También le decían Bernardo, porque se parecía al amigo sordo de El Zorro. Pero era un hombre de su casa, del barrio, que se pasaba hablando de cómo se debía cola. borar y cómo le importaba el futuro de su hija menor. Siempre decía: ‘La chiquita es la que me queda a cargo; los otros ya se me hicieron grandes y se van a ir. Pero de Adrianita me tengo que ocupar yo y cuidar de que nunca le falte nada’. Nos parece imposible que sea cierto”. A quienes también les parecía imposible es a los compañeros de rugby. “Alex tenía una relación inexistente con el padre. Casi no vivía en esa casa: la usaba como pensión. Tenía su negocio aparte y hacía su vida con su novia y sus amigos”, recordaron. La novia, Mónica Sörvick, también creyó en él durante mucho tiempo. Hasta que nuevos relatos de horror, de secuestros y muertes, señalaron al hombre que amaba. En aquel tiempo decía:“ Hace tres años que conozco a esa familia. Estoy de novia con Alex, y te juro que no tiene nada que ver. El no tenía mucha relación con su padre; el preferido era Maguila. Pero a él no le importaba, porque quería que su hermano se encaminase. Daniel no trabajaba. Desde que había regresado de su viaje se había vuelto vegetariano y decía: ‘Todos los que usan tapados de piel son asesinos’. Si el padre andaba en algo raro, fue un cínico, o un buen actor. Yo creo que debe haberlos engañado. Y eso es lo peor de todo: esa doble vida que llevó durante años”.   Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.08PUERTAS ADENTRO. La rotisería Los Naranjos era el lugar elegido para ir después de los entrenamientos en el CASI. Los amigos de Alex y Maguila armaban sándwiches y luego entraban a la casa para ver alguna película. “Con el padre sólo cruzábamos algunas palabras. Una vez le dijimos a Alex que se viniera unos días a Pinamar, porque se pasaba diez horas parado en la rotisería, y el viejo se enojó. ‘Le metés malas ideas en la cabeza a mi hijo. Lo llevás por mal camino, lo hacés abandonar a la familia’. Nunca sabíamos si hablaba en serio o en broma”, confiesa uno de sus amigos de entonces. Otro compañero del rugby suma una tremenda anécdota, que pinta de cuerpo entero al líder del clan:“Alex estaba en la cama con hepatitis. Siempre había dicho que quería un perro. Un día encontramos un dogo perdido y se lo llevamos. Estaba chocho. Al poco tiempo volvimos a la casa y vimos que su viejo tenía un brazo vendado.‘¿Qué le pasó?’, le preguntamos a Alex. ‘El dogo lo mordió a él y a Adriana”, respondió. ‘¿Y dónde está el perro?’, le dijimos. ‘El viejo se volvió loco y le pegó tres tiros. Ahora está metido en un cajón de verdura... El viejo lo puso en el sótano”. Epifanía Calvo llevaba un diario sobre lo que ocurría en el seno familiar y en su vida. Obsesionada con las dietas, cada día anotaba su peso: “Hoy aumenté 290 gramos”. Y se castigaba por los descuidos con las comidas: “No tengo que comer pan”. Escribía sobre sus hijos, las salidas y las pocas charlas que mantenía con su marido: “Papá tuvo razón hoy cuando conversamos en la mesa”.Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.25.13 Silvia también escribía sus pesares. En una carta enviada a su hermano, le decía:“Mamá y papá ya no se hablan, pero hay que seguir juntos, por la familia”. La religiosa Cecilia Demargazzo era su gran apoyo espiritual; juntas hacían cerámica en el taller que daba al patio, y era casi su confesora. Arquímedes era un hombre estricto. Hacía que sus hijos trabajaran en la caja de la rotisería, y se enojaba cuando pedían algún día libre. Acostumbraba pegar citas y máximas en la casa. Había puesto una en el pasillo, con una vela encendida, frente a las habitaciones de sus hijos: “Haz el bien sin mirar a quién” . En su oficina, en la lámpara y debajo del vidrio del escritorio de caoba, cuatro frases definían su personalidad: “La historia de los pueblos la es-criben las minorías”; “El fin justifica los medios (Maquiavelo)” ;“El éxito el fracaso de una empresa no depende de lo que carecemos, sino de cómo empleamos lo que tenemos” y “La ley no castiga a los ladrones sino cuando roban mal (Honorato de Balzac)”.   Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.31.47LA BANDA Y LAS VICTIMAS. ¿Cuándo empieza esta historia de horror? Los orígenes se remontan al violento y trágico año 1973, en una Argentina convulsionada. A finales de ese año Arquímedes, en ese entonces subsecretario de Deportes de la Municipalidad de Buenos Aires, conoce en la Escuela Superior de Conducción Política, dependiente del Movimiento Nacional Justicialista, a Guillermo Luis Fernández Laborda, administrador del hospital Ramos Mejía. Se hacen amigos. Ambos se confiesan simpatizantes del grupo Tacuara, de la Triple A y de la ultraderecha. Se reencuentran recién en 1982 en la Aduana, donde Fernández Laborda era comisionista. Café de por medio en la confitería Ideal de Suipacha y Corrientes, Puccio le cuenta que las cosas no andaban bien económicamente. Y le propone “una salida”: un secuestro extorsivo. Para ese entonces, Arquímedes ya había incorporado a lo que sería su banda a Roberto Oscar Díaz, un mecánico que trabajaba en Alberto J. Armando Automotores. En julio de ese año se encontraron en el departamento de la madre de Puccio y planearon el primer secuestro: Ricardo Manoukian , un joven de 24 años, cuya familia era dueña de los supermercados Tanti. El 22 de julio, a las 6.30 de la mañana, en una pizzería frente a la estación San Isidro, Puccio se reúne con sus cómplices. Allí les presenta al último miembro de la banda, el coronel Franco. ¿Cómo eligieron a la víctima? Ricardo y Alejandro Puccio se conocían del rugby y del windsurf, habían navegado juntos en la lancha del primero y Alex había estado varias veces en la casa de los Manoukian, en fiestas con amigos. ¿Cómo se llevó adelante el secuestro? Según la confesión de Fernández Laborda ante el juez Alberto Piotti, Alejandro fue quien le hizo señas al empresario, que manejaba su BMW, para que parara el auto. Los Puccio sabían que Ricky sólo iba a parar frente a un conocido. Su tío Gregorio había sido secuestrado (y posteriormente asesinado) y toda la familia había seguido un curso antisecuestro, que le enseñaba a ponerse a salvo haciendo girar el auto 180grados. Alejandro le pidió a Manoukian: “¿Podés llevarnos a un stud acá a pocas cuadras?”. El amigo accedió. Allí lo esperaban Puccio y el coronel Franco. Cuando Ricky quiso reaccionar, ya era tarde. Lo empujaron dentro del Fal-con gris de Puccio y lo taparon con una manta. A las diez de la mañana, el auto entró a la casa de Martín y Omar. Díaz se quebró en sede judicial: “A Manoukian lo habían colocado en el primer piso, en el baño de la oficina de Arquímedes. Estaba con las manos atadas con una soga y sentado dentro de la bañera, con la cortina del baño cerrada. Las paredes del baño estaban todas forradas con papel de diario. El muchacho estaba muy atemorizado, yo hablé con él, no me acuerdo lo que le dije, pero quería tranquilizarlo, serenarlo. Era un muchacho alto, delgado... Le alcanzamos unos sándwiches. Alejan dro Puccio también se encargó de cuidarlo y de abrir y cerrar el portón cuando lo llevamos”. La familia pagó el rescate de 500 mil dólares. Una vez que Arquímedes levantó la bolsa con la plata, muy cerca de la Catedral de San Isidro, Fernández Laborda fue quien se comunicó con los Manoukian y habló con el tío del muchacho secuestrado –Le pedimos disculpas por haberlo hecho pasar por este momento. Lo vamos a entregar mañana a la mañana, a las seis en punto. –Hágame el favor, y perdone si me traicionaron los nervios –rogó el tío. –Yo mañana lo llamo por teléfono. Se lo vamos a dejar a quince cuadras de la casa. En la casa de Martín y Omar, Puccio tenía otro plan: “No lo podemos largar. Me conoce y va a hablar. Este es un pacto de sangre y acá estamos metidos todos”. En su confesión ante el juez, Laborda diría: “Puccio trajo una botella de whisky. Yo tomé tres o cuatro vasos. Después bajamos a Manoukian desde la planta alta: estaba maniatado y encapuchado. Lo metimos en el piso de la parte de atrás del auto de Puccio. Agarramos Panamericana para el lado de Escobar. Fuimos para el lado del río Paraná. Desviamos por un camino de tierra, pasamos dos puentes y paramos. Allí Puccio me dio el revólver calibre 38. Me dijo: Tomá, tenés que limpiarlo. Pensá en tu familia’. Ellos tres se bajaron del auto. Me quedé en el coche con Manoukian. Disparé tres veces sin apuntar, al bulto. Estaba tan alterado que repetía en voz alta. ‘Nopuedo, no puedo’. Puccio me palmeaba la espalda y me decía:‘Cumpliste con tu deber...” Los asesinos arrojaron el cadáver cerca del arroyo. También tiraron allí la máquina de escribir donde habían redactado los mensajes. El cuerpo del joven empresario fue encontrado meses después en Benavídez. En los primeros meses de 1983, Puccio tenía fijado otro “objetivo económico”. Esta vez la víctima sería el empresario e ingeniero Eduardo Aulet (25, jugador de rugby en Pueyrredón, recién casado con Rogelia Pozzi). En enero de ese año, Fernández Laborda le presenta a Puccio a Gustavo Contepomi, pareja de María Esther Aubone, cuya hija estaba casada con Florencio Aulet, padre de Eduardo. “Puccio me propuso el negocio; no era difícil. Porque yo podía entregar a Aulet, porque lo conocía. Hicimos tres reuniones en la casa del coronel Franco. Después hicimos otras más en la casa de San Isidro; allí estaba presente Alejandro, quien dijo que lo conocía del rugby”. El 5 de mayo, Eduardo Aulet salió de su domicilio en la calle Austria al 2200, y a pocas cuadras vio a Contepomi que le hacia señas. Su conocido no estaba solo: lo acompañaba Fernández Laborda. “Este es el hombre del negocio que te hablé”, le dijo Contepomi a Aulet. Y subieron al auto. Lo llevaban hasta una supuesta fábrica cuando Fernández Laborda sacó un cuchillo y lo amenazó. Aulet no se resistió. Dieron varias vueltas y se dirigieron a la casa de Martín y Omar. Alejandro abrió el portón. Lo subieron a la oficinade Arquímedes. Díaz confesó:“Vi a Aulet al día siguiente. Estaba secuestrado en un cajón o casilla de aproximadamente dos metros de lado y alto, como para que una persona deambulara dentro. Ese cajón estaba a su vez dentro de una carpa armada en el escritorio de Puccio. Aulet estaba sin atadura alguna, y sin capucha o venda en sus ojos. Nos miramos sólo un segundo y no nos dirigimos la palabra”.Captura de pantalla 2015-09-18 a las 12.28.43 Para entonces, Franco y Puccio ya habían llamado a la familia para pedir un rescate de 350 mil dólares, pero las negociaciones se dilataban y estaban alterados. Puccio fue terminante:“El padre afirma que no puede pagar ese dinero y para colmo la mujer hizo la denuncia a la policía. Esto es una barbaridad. A éste hay que eliminarlo”. Antes hicieron que el joven escribiera dos cartas. La primera, a su padre: “Papá: aquí me dicen que han tenido contacto con vos y que te tuvieron que sacar un electrocardiograma. Tranquilizate que me tratan bien, y por favor que esto termine lo antes posible(...) Los quiero a todos mucho y los necesito. Gracias. Eduardo”. La segunda, a su mujer: “Querida Roly: te quiero muchísimo y no sabés todo lo que te necesito. Por favor no hables con nadie de esto; ajústense al reglamento de seguridad. Tranquilizá a papá y confíen. Yo aquí, pese a que me tratan muy bien, no aguanto más; las horas son días, por favor terminen rápido todo esto. ¡La plata viene y va, la vida no! Por favor, quiero estar junto con ustedes. Por favor. Por favor”. Al día siguiente de que escribiera estas cartas lo asesinaron. Esta vez le tocó a Díaz hacer el disparo final. Así lo relató: “Sacamos a Aulet de la casa, con las manos atadas y encapuchado. Lo metimos en el baúl del Dodge 1500 de Franco. Llegamos a un lugar cerca del hospital de leprosos de General Rodríguez. Tomamos una calle de tierra, cerca de una arboleda paramos y ya estaba hecho un pozo en la tierra. Abrimos el baúl y Fernández Laborda me da un revólver, y Puccio me exige la ‘prueba de fuego, porque todos estamos metidos en lo mismo’. Sin pensarlo, le disparé dos o tres disparos en la cabeza. Entre todos sacamos el cadáver y lo arrojamos al pozo y lo tapamos con tierra. A los pocos días, Puccio cobró el rescate”. Arquímedes quería planear mejor sus golpes. Y para eso necesitaba más ayuda. No tuvo mejor idea que escribirle a su hijo preferido, Maguila, quien por entonces estaba viviendo en Nueva Zelanda. La carta decía: “Querido hijo, te insisto que estudies inglés. Zorri acá me ayuda ya en el ‘negocio’ pero le cuesta aprender, es algo lento. Igual, ya cobramos los verdes. Zorri me ayudó en esto. Tengo la plata para enviarte para el pasaje. Quisiera que vuelvas, que estemos todos juntos, porque la familia es lo más importante que hay. Acá en el país todo es un desbarajuste total y hay que saber aprovechar esto. Pensá que acá hay mucha gente con plata... Espero que sepas leer entre líneas”. La misma está fechada el 19 de mayo de 1983, un día después de haber cobrado el rescate de Aulet. Maguila tardó, pero al poco tiempo se tomó un avión y volvió a su casa. Su padre lo necesitaba. Durante un año, el clan se mantuvo sin actividad aparente. O al menos nada que la Justicia haya podido comprobar. Pero el 22 de junio de 1984 intentaron un nuevo secuestro. Esta vez el elegido fue el empresario Emilio Naum, dueño de McTaylor. Esa mañana, desayunaba con su mujer Betti y planeaban sus cuatro días de esquíen Las Leñas. Se despidieron con un beso y un “hasta luego”. Ella no volvería a verlo con vida. Puccio también lo conocía, porque le había vendido un local en la calle Florida. La banda fue a esperarlo cerca de Libertador y Tagle. La misma rutina: pararon el BMW y se subieron. Pero el secuestro se frustró cuando el empresario ofreció resistencia. Hubo un forcejeo y el arma se disparó. “Corrí hacia el Falcon de Puccio, donde yaestaban Franco y Díaz. Arquímedes se quedó limpiando las huellas con la mayor parsimonia y tranquilidad del mundo” , relató Fernández Laborda. Para el 23 de julio de 1985, Puccio ya había planeado su siguiente golpe. Esa sería Nélida Bollini de Prado. La casa de Martín y Omar ya tenía el sótano para “guardar” a las víctimas. La mujer le relató en exclusiva a GENTE su calvario: “Me metieron en un cuartucho, me ataron a la cama con cadenas y me dieron unos remedios que me hacían dormir. Escuchaba siempre dos voces de los hombres que me atendían encapuchados. Cuando me traían la comida, casi siempre hamburguesas, y alguna vez pollo con un poco de arroz, yo sentía que corrían algo como una chapa. Una vez me ofrecieron si quería leer los diarios o escuchar la radio, y les dije que no: tenía miedo de ver-me allí, de leer sobre mi secuestro. Ellos me decían que si le avisaban a la policía, iban a matar a toda mi familia. Una vez por día sacaban el tacho que yo usaba de inodoro y la radio estaba siempre encendida, constantemente. Sentía que me asfixiaba, y el olor a pasto era muy fuerte. Uno de los hombres me dijo: ‘¿Olió qué rico el olor a pasto fresco?’. Yo pensé en todos esos días de encierro que me iban a meter en una bolsa con pasto y me iban a tirar por ahí. Fue un calvario que no se lo deseo a nadie. Ni un animal merece pasar por lo que yo pasé”. EL FINAL. Arquímedes fue condenado a prisión perpetua, pero cumplió 22 años. En 2007 consiguió la libertad, se convirtió al culto evangélico y se recibió de abogado. Murió a los 84 años en General Pico, La Pampa, de un ACV. Nadie se hizo cargo del cuerpo. Fue en-errado en el cementerio local, en una fosa común. Epifanía Calvo estuvo detenida sólo dos años en la cárcel de Ezeiza. Tiene 85 años y vive en San Telmo. Desde que el caso reapareció en los medios dejó su departamento y los vecinos no han vuelto a verla. Silvia continuó dando clases de Dibujo, se casó y tuvo dos hijos. Nunca perdonó a su padre. Murió de cáncer en 2011. Maguila recibió el beneficio de la libertad, otorgada por Zaffaroni, por haber estado dos años sin condena. Pasó un tiempo entre Pinamar y Bariloche, y luego viajó a Brasil. Guillermo se sacó el apellido (usa el Calvo de su madre) y nunca volvió de Australia. Vive en Sydney y es pintor de casas. Adriana, la menor, tenía 14años cuando ocurrieron los secuestros. Los psicólogos que la analizaron dijeron: “Sabía todo, pero no podía comprender lo que pasaba”. Hoy acompaña a su madre, mantiene un bajo perfil y usa el apellido materno. Alejandro estuvo preso 22 años. En la cárcel le confesó a GENTE: “Tuve un padre que no pude elegir, queme golpeaba con el cinto, y que nos odia y nos desprecia”. Intentó suicidarse cuatro veces. La primera, saltando del quinto piso de Tribunales, cuando iban acarearlo con Gustavo Contepomi, quien lo acusaba de haber participado del secuestro de Manoukian. Se había casado en la cárcel con Nancy Arrat, una joven a quien conoció en sus días de encierro. Murió de neumonía en 2008, gritando su inocencia. Su abogado, Miguel Angel Buigo, confió en él hasta el final:“No hay ninguna prueba en el expediente. El padre lo podría haber salvado declarando la verdad, pero calló y condenó a su hijo. El chico más popular del rugby se quedó solo. El día que murió no había gente ni si- quiera para llevar el ataúd”    

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