Luciana Salazar: “Mi hija Matilda es un regalo de Dios; él sabe bien cuánto la merecía”. GENTE

Fue el 29 de marzo. Horas después de que su “beba-embrión” finalmente fuera transferida con éxito al útero de la madre subrogada, Luciana Salazar (36) –con la misma contradicción emocional que había cargado durante meses y la frase “lo perfecto es enemigo de lo posible”, que apropió en este trip– supo que ya era hora: “La historia de amor más grande de mi vida debía terminar”. Hoy, oficialmente separada de Martín Redrado (55), subraya sólo un saldo positivo: “El alivio de poder gritarle al mundo: ‘¡Voy a ser mamá!’. Matilda es un regalo de Dios: él sabe bien cuánto la merecía”. –Para entender la trama en la que estas dos noticias se justifican entre sí, ordenemos tiempos y consecuencias. El 31 de julio de 2016 congelaste tus óvulos (lograron 34, sirvieron 30). –Sí, fue después de muchas charlas, una separación (a fines de 2014) y terapia de pareja cuando volvimos a intentarlo (septiembre de 2015). Yo me planté y le dije: “Martín, mi deseo de ser mamá es determinante para continuar; ya no voy a pedir ni a llorar en soledad”. Entendió y se convirtió en un deseo de pareja. En una ilusión compartida. Tomamos la decisión de congelar mis óvulos, porque me suplicaba: “¡Luli, por favor esperame un poco más!”. De haber tenido veintipico lo habría bancado... –¿Qué debías esperar? –Que se solucionase una cuestión familiar con su hija, demasiado íntima, y muy influyente en nuestra paternidad. Martina es una adolescente hermosa en todo sentido. Pero como muchas mujeres, compite por su padre: “Tenés que hacer esto por mí; si lo hacés por ella, entonces no me querés”. Siempre le expliqué que nuestros amores eran diferentes, pero no lo entendió. –¿Esa “competencia” fue la verdadera causa de tu ausencia en su cumpleaños de quince? –Sí, realmente no quise molestar (la excusa oficial fue una fuerte gripe). A pesar de que muchas veces le demostré que podía confiar en mí. Una noche necesitaba un short para salir y corrí hasta casa a buscar uno mío. Y lo usó contenta. Hemos salido juntas de compras y a probarnos ropa. Pero el idilio con su papá la excedía. –Entonces, finalmente habías logrado vincularte con los hijos de Martín... –¡Claro! Un día Tomás (21) me sorprendió: “Luli, charlemos”. Y estuvimos desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana hablando en un auto. Nos sinceramos y nuestra relación fue otra. Estuvo en mi cumpleaños, conoció a mi familia y se hizo amigo de mis amigos. Hace poco, me trajo de su viaje a Japón un kimono de seda increíble. ¡Nos divertimos tanto en el último cumpleaños de Martín (10 de septiembre), yendo por Nueva York en limo y riéndonos como locos...! –¿Vos creés que, llegado el caso, no habrían digerido tu maternidad? –No. Una vez, en una charla, fueron claros: “Luciana, todo bien con vos, pero necesitamos que sepas que no queremos que papá tenga otro hijo con nadie”. –¿Qué postura tomaba Martín? –Es un padre demasiado culposo. Se sentía tironeado. De repente les deslizaba: “De última, es decisión mía”. Aunque no podía destrabar esa situación particular, de la que no me corresponde hablar. –Pero aceptó tu camino individual... –Así es. Y decidí mantener el tema con total hermetismo, para protegerlos. Tanto que, al principio, sólo pude compartirlo con mamá, Yamila (su mejor amiga) y Ana Rosenfeld, quien me guiaba en las cuestiones legales. Pero un día, Tomás descubrió un mail acerca de los óvulos. Llamó a Martín preocupado, creyendo que les habíamos mentido. Eso generó tensión, inseguridades y me impulsó a dar el paso siguiente. –¿Dar inicio a la subrogación con donante anónimo? –Sí (se quiebra). Nada me hubiese gustado más que llevar en mi propio vientre a la hija del hombre que amaba. Pero ante el panorama, el fin de la relación era inevitable. Entonces me imaginaba embarazada, sola y sufriendo por ese amor. ¿Y si a mi bebé le pasaba algo? Jamás me hubiese perdonado que tanta angustia le hiciera daño. Además, a ese temor se sumaba el dolor de otro gran riesgo. Uno de los tantos exámenes a los que me sometí para la congelación de óvulos reveló que tendría trombofilia. Lloré tanto que debí pedir ayuda a una psicóloga para transitar la decisión. –Imagino que Martín también. –Lo padeció, porque no estaba de acuerdo con el uso de un donante anónimo, pero sí muy enamorado. Yo debía apartarme por lo que generaría en su entorno privado y en el público. El es demasiado conservador como para cargar el hecho de tener una mujer que espera un hijo que no es suyo. Intentamos sostener esos días con amor, para no decir: “No nos vemos más”. Fue terrible para ambos. Yo iba a comprar ropita para la beba llorando, y me decía a mí misma con bronca: “¡Basta, Luli! ¡Se supone que debés disfrutar este momento!”. Ya sabía que el fin estaba cerca. Tenía que separarme para ser una mamá feliz. Por eso, ojalá los chicos alguna vez entiendan cuánto resigné. Y que los medios dejen de señalarnos como “el que no quiso darle un hijo” y “la que si tanto lo quería no se hubiese bancado siete años”. Porque esta batalla costó mucho dolor. –Así, a fines de 2016 te contactaste con el doctor Fernando Akerman (del Fertility and IVF Center of Miami). –Sí, la misma a la que recurrió Flavio Mendoza y que ayudó a Marisa Brel. Ahí debés someterte a muchos exámenes físicos y psicológicos, llenar millones de formularios, en los que te preguntan hasta: “¿Si el bebé nace enfermo aún lo querrías?”. Es durísimo. Luego me enviaron los links de algunos bancos de esperma con las fichas de los donantes, en las que encontrás desde propensión a enfermedades hasta habilidades artísticas. –¿Qué te sedujo del donante que elegiste? –Y... Una elige pensando si el hombre en cuestión es alguien con quien podría estar (se ríe). Mi donante es un estudiante de 26 años, que juega al fútbol americano –por lo que vi–, y con una familia que me hizo acordar mucho a la mía. Eso me gustó. Todos tienen ojos rasgados, como yo: ¡mi hija será muy chinita! Pero lo que más me sedujo fue su sonrisa: enseguida la proyecté en la carita de Matilda. –¿Cómo llegás a la madre subrogada? –Es sugerida y previamente analizada por la clínica. Debe cumplir ciertas condiciones, como la de ya haber sido madre o vivir en el mismo Estado en el que se inicia el proceso, entre otros ítems físicos y psicológicos. Su manutención queda a mi cargo, a través de un fideicomiso –como le llaman–, en lo que insuma el embarazo. Así, a fines de 2016 conocí a Lía, una enfermera de Ohio, radicada a 400 kilómetros de Miami. La primera cita fue por Skype, y la decisiva: ambas teníamos que elegirnos. La empatía fue inmediata, porque las dos vivimos historias similares. Se enamoró de un señor mayor que ella: médico, divorciado y con hijos grandes. De pronto quedó embarazada (hoy su hija tiene 6 años) y eso generó graves conflictos familiares. Por eso me dijo: “A mí me costó lograrlo. Voy a ayudarte con el vientre y el corazón”. Entonces programamos la transferencia para el mes de diciembre. Pero surgió un inconveniente... –¿Otro más? –Te juro: fue golpe tras golpe. A Lía le detectaron pólipos. El médico me dijo: “Debemos intervenirla y evaluar. Pero, con una mano en el corazón, creo que ella es la indicada”. Todo seguía siendo espera... y yo ya estaba cansada de esperar. Pudieron operarla recién en enero. Con todo en orden, la transferencia del embrión se hizo en marzo. Al mes y medio de gestación, me avisan que Lía estaba con pérdidas. Creí que me moría. Empecé a vomitar, me descompuse. Gracias a Dios, sólo fue un susto. Hoy, mi hija tiene casi 18 semanas (siempre se cuentan tres antes del proceso). Según la obstetra de Lía, podría nacer el 7 de diciembre. –Parto natural. ¿Vas a presenciarlo? –Hace días, Lía me dijo que podía elegir a dos personas para que la acompañasen en la sala. Entonces me preguntó: “¿Podrían ser mi marido y mi hija?”. Le dije que sí (se quiebra), porque me tocó el alma. Esa nenita, que sabe que su mamá está haciendo algo tan lindo. A mi beba la llama “hermanita”, les habla a sus amigos de ella y hasta le escribe cartitas... ¿Cómo podría quitarles ese momento? –¿Estimularás ese vínculo? –Sí. Porque será sano para todos. Mi hija ya tiene una hermana del corazón para siempre. El día que nos conocimos, salimos a pasear y le regalé dos Barbies. Le dije: “Estas son vos y Matilda”. –¿Después del nacimiento te instalarás en Miami? –Durante un mes y medio, hasta que cumplamos con las vacunas y los trámites de documentación. Mi familia entera viajará conmigo para recibir a la beba, y se quedarán con nosotras... ¿Ves? (se quiebra) Otra de las razones por las que ya no quería seguir esperando es para que mi hija no perdiera tiempo de sus dos abuelos maravillosos. –Tu vida cambiará, hasta logísticamente. ¿Estás siendo previsora? –Desde la noticia, no volví a dormir bien. Me inquieta saber que seré yo sola para asegurar que Matilda tenga lo que necesite. Cambié de representante (hoy es Javier Furgang)... Después de tanto tiempo relegando mi carrera, necesito volver a trabajar. Tengo un proyecto de cine entre manos y programo la mudanza, porque mi casa tiene tres ambientes, uno convertido en vestidor. Quiero alquilar en algún barrio cerrado, para estar más contenidas. Además, pienso en cómo le explicaré todo esto el día de mañana, aunque mi psicóloga me dice que los chicos están más preparados que nosotros para entender... (se quiebra). Pero de algo no tengo dudas: cuando mi hija conozca esta historia de amor, mi lucha y el dolor que atravesé, sabrá que fue la más deseada. –¿Qué tipo de madre serás? –La que deberá controlar obsesiones, como la impecabilidad. Mis hermanas me dicen: “Ojalá te salga rea y desaliñada, así aprendés a relajarte”. ¡Matilda ya tiene dos valijas de ropa... y hasta zapatos! Sé que mi agenda será funcional a ella, porque quiero llevarla conmigo a donde sea: en mis brazos o en los de una niñera que me ayude, pero al lado. Y aunque sé que me costará horrores, voy a bancarme su llanto cuando la rete, sin flaquear con los límites. Ahí demostrás qué tan buena madre sos. –¿Les temés a los prejuicios o a la inquisición de algunas miradas? –¡Uff, he soportado tanto bullying en la vida...! De chica debía cortarme mechones de pelo, por los chicles que me pegaban en la cabeza. Ser llamativa, o salir con el flaco que deseaban todas, me traía problemas con compañeras, que a lo largo de los años me pidieron perdón y hoy somos grandes amigas. Dios me preparó las espaldas para bancar esta carrera, los ataques, las mentiras. Hoy puedo estar más sensible, pero con mi hija en camino me he vuelto una leona, que la defenderá con su vida. –¿Sobraron embriones? –Cuatro, y son femeninos. El día de mañana, tal vez en el marco de un proyecto familiar, recurra a ellos. Pero mi sueño ya estará cumplido. Y, en caso de que me pasara algo, firmé la autorización para donarlos. Creo en la cadena de favores: si fui feliz, alguien también podrá serlo. –Y entonces, la noche del sábado 1º de julio, en comunicación Washington DC-Buenos Aires, pusiste fin a siete años de relación con Martín. –Sí, fue una decisión muy pensada, charlada y durísima. Lloramos mucho. Ninguno de los dos se atrevía a dar el paso. Nuestras despedidas siempre fueron telefónicas, porque sabemos que cara a cara es imposible: de hecho, él retrasó su regreso al país. En siete años, si fuimos y vinimos tantas veces, es porque realmente no podemos vivir separados. Tal vez no supimos manejarnos frente a los medios, que bastardearon nuestra relación. Tantos rumores y conjeturas hicieron que se tenga otra imagen de este amor. La gente habrá dicho: “¡Uy, Dios, otra vez estos enfermos...!”. Pero Martín y yo tuvimos una conexión de otro mundo, que ojalá alguna vez pueda tener con otro hombre. Por eso, cuando todos hablan de “enganche sexual” o que yo fui su “juguetito fetiche”, nos hace gracia. Lo nuestro fue superior a la química: más que simbiótico, fue espiritual. –¿Cuáles fueron las frases del adiós? –Yo le dije: “No puedo más. Debo estar bien por mi beba, transitar lo que se viene con total alegría”. Y él: “Luli, sos la mujer que más amé en la vida. Voy a extrañarte tanto...”. Yo fui la única que logró explotar su costado sensible. –¿Creés que el amor se terminó, como informó en su comunicado oficial? –La relación se desgastó demasiado, y con él mi sueño era imposible. Además, Martín está muy nómade. Ya ni los tiempos nos hubiesen coincidido. Yo no concibo una pareja si no es al ciento por ciento. Jamás terminamos tan bien. Nos queremos. Por eso, el día de mañana no será raro que nos encuentren por ahí comiendo juntos. –¿Qué dirá al leer esta entrevista? –A pesar de la tristeza, sonreirá. Martín sabe que éste es mi tiempo de ser feliz. Por Sebastián Soldano. Fotos: Christian Beliera y archivo Atlántida-Televisa.

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