El nuevo palacio de la familia Real

Finalmente la Familia Real de Holanda cumplió con su viejo anhelo de poder mudarse al Palacio His Ten Bosch. Pero el sueño de Máxima (48), Guillermo (52) y sus hijas Catalina (15), Alexia (14) y Ariadna (12) les llevó muchos años y más de 63 millones de euros. La humedad que se había filtrado por la añosa estructura de madera, los daños de la II Guerra Mundial y el descubrimiento de amianto en sus paredes, llevaron a que el impresionante edificio se sometiera a un largo proceso de reformas, actualización de materiales, tecnología y confort durante cinco años de obras. “La casa del bosque”, precisamente el significado del nombre del palacio debió ser restaurado por completo.

Techos, fachadas, escaleras y jardines que la rodean fueron sometidas a una minuciosa “cirugía” para embellecerla, sumarle calidez a sus frías salas y aportarle llamativa decoración. Por supuesto que fue la propia Reina la encargada de supervisar cada detalle del que sería el hogar de su familia. Ella eligió obras de arte del ceramista Jacob van der Beugel que representan el ADN de la dinastía Orange, con variedad de pájaros y animales del bosque que forman una obra de 60 mil piezas de mosaicos con cubren las paredes del Salón Verde. Y uno de los espacios en los que Máxima más se concentró fue el Salón Azul.

 

En este lugar hizo cubrir las paredes con fotografías y pinturas de sus hijas en los momentos más significativos de su infancia, bautismos, salidas y entrañables encuentros familiares. También en esa sala se destaca una gran fotografía de Máxima con el vestido que lució en la entronización de Guillermo, en 2013, de Jan Taminiau. Según los expertos, es una decoración demasiado “atrevida” para un hogar de la realeza, ya que también se encuentran elementos que tienen que ver con la vida cotidiana de ellos, lejos del estricto protocolo. Como unos patines de hielo con los que el Rey corrió las Once Villas de Frisia, en 1986, o una corbata como la que un día arrojó el príncipe Claus, padre de Guillermo.

En esa sala también está pintada una vela encendida en recuerdo a Friso, el hermano del rey que falleció. Una gigantesca araña de diseño vanguardista ilumina la biblioteca donde todo es azul, como su nombre. Allí las paredes, estanterías, sillones son del color elegido especialmente por Máxima. Según explicaron los especialistas, en los detalles de madera se limitaron a la restauración centrada en la conservación de elementos históricos como el papel que cubre las paredes del Salón Chino, que había sido “atacado” por el pasto de la lepisma o sardineta, que es un insecto del papel, y por el moho que amenazaba terminar con la original deco de 1645. Allí se reparó una gran chimenea de mármol y los techos y paredes que muestran escenas típicas del país. Y el toque más femenino, se lo dio a su propio despacho.

 

La reina combinó murales grises y sillas en terciopelo en vibrantes azules para trabajar. El Palacio, propiedad del Estado holandés, es ahora el “hogar” de la Familia Real. Un lugar paradisíaco, con una cúpula octogonal terminada con una corona dorada, símbolo de la monarquía. Rodeado por bosques y lagos, cuenta con canchas de tenis, piscina, spa, peluquería y hasta un cine privado. Para su reconstrucción que llevó cinco años se necesitaron, entre otros materiales, por ejemplo 65 mil kilos de plomo, 1300 metros cuadrados de alfombras y más de 22 mil metros de cable.

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