
El
agua que cayó estos días en Buenos Aires le trae a la memoria a
Ergün Demir su
lluvioso pueblo natal, pegado al Mar Negro:
Tepeköy. Y se fue a Francia cuando tenía
3 años, una noche de
tormenta en la que todos lloraban.
“No había electricidad, teléfono o televisión. Era un pueblo de treinta o cuarenta casas, donde nadie tenía nada de eso, así que no sabíamos cómo era el lugar adonde íbamos.
Me acuerdo muy bien del llanto de la gente. A la mañana siguiente mi tía me cargó sobre sus hombros, caminamos entre el barro y llegamos hasta el micro, que nos condujo durante dos días a Estambul, y después volamos a Francia”, cuenta Ergü, el
turco que saltó a la fama por su
Ali Kemal en
“Las mil y una noches”, cuyo rating del jueves fue de 25,6 puntos, según Ibope. Demir, además, participa del
“Bailando” y ya tiene
confirmada la temporada de verano en
Carlos Paz.
—¿Cuánto tenés de francés y cuánto de turco?
—Tengo 45 años, y hasta los 35 siempre estuve muy orgulloso de ser
turco. Cuando los diarios y revistas francesas hablaban sobre mí decían: “el actor turco”. Hasta ese momento, salvo mis primeros tres años, había estado en
Francia. Cuando en 2005 llegué a
Turquía empecé a trabajar en teatro y haciendo series, ahí me di cuenta de cuán
enamorado estaba de
Francia. Solicité obtener la
nacionalidad francesa y el consulado me hizo una ceremonia. Entendí que,
si soy artista, se lo debo a Francia.
—¿Te costó adaptarte a Buenos Aires?
—Estoy acostumbrado a sentirme
inmigrante. Gracias a ser artista y a las giras me di cuenta de que soy un ciudadano del mundo. Tal vez alguno en Argentina se pueda enojar, pero yo creo que
esta tierra también es mía, así como Turquía es tuya.
Jazmín (su traductora)
es mi mejor amiga, después tengo muy buena relación con todos mis compañeros de trabajo y con el vicecónsul turco.
—¿Ves televisión local?
—No quiero ver tevé francesa o turca.
Veo sólo televisión argentina, para avanzar en mi idioma. En Turquía hay 250 canales, hasta mi pueblo tiene uno. Hay
señales del Estado, lamentablemente
demasiado ligadas
al gobierno actual, y privados que tienen
muchísimo dinero. Hace muchos años se hizo el “Bailando”. Lo conducía Acun Ilicali, que es como el Tinelli de allá.
—¿Por qué creés que las novelas turcas son el segundo contenido televisivo más exportado del mundo?
—En Turquía hubo un golpe de Estado en los 60, después de una elección armada hubo un presidente, luego una elección dudosa, luego otro golpe de Estado… un poquito como acá. Después de los 80, se abrió la economía con un presidente que dijo:
“Hay un mundo afuera”. De repente comenzó el
capitalismo de una forma más salvaje que en Estados Unidos, y el sector de la televisión también tuvo su porción y explosión.
Hoy un turco hace una serie pensando a quién se la va a vender.
—¿Conociste a mucha gente como Ali Kemal?
—
Hay más gente que no nos quiere que la que sí. Gente que tiene envidia, que no saluda o te roba un cachito de pelo para hacerte brujería. Es
exagerado lo que digo, pero la gente que te quiere de corazón es muy poca.
Ali Kemal tiene una mujer, hijos, dinero, salud, pero no es feliz. Siempre está buscando emociones, por eso tiene una amante.
—Ali Kemal también es una persona capaz de estafar a su familia y de quebrarse hasta el llanto…
—Ali Kemal
rompió un tabú en mi país; después mucha gente intentó imitarlo. A un chico en Turquía, si se cae en la calle y llora, el papá le da una
cachetada. “El nene no llora”, le dice, y se acabó. Así crecen los chicos hasta el servicio militar obligatorio, que si no lo hacés no te ponen en el lugar de hombre. No hay persona que haya vuelto del servicio militar sin que le hayan pegado.
Mi personaje cuenta que llorar es una virtud. El villano que saca un arma y empieza a los tiros es un estereotipo. Ali Kemal es distinto, es
frágil como el
vidrio. El guionista me dijo: “Tu personaje es
muy importante en esta serie, pero cada veinte capítulos en uno no vas a estar”. Finalmente, actué los noventa capítulos. Mi performance lo hizo escribir.
—¿Te gustó el final que le dieron a su personaje, condenado a prisión y después a vivir como empleado?
—No. Es una cuestión de
concepto. Si agarrás a un personaje y lo llevás a cierto lugar, le hacés
sombra al resto. Cuando empezó, había
tres figuras importantes:
Sherezade,
Onur y
Kerem. Ali Kemal llegó a un punto que, si lo hubieran dejado ir más allá, les habría hecho
sombra. El productor y el guionista no lo permitieron. Hice el punto máximo, de ser un
secundario llegué casi al
protagónico.
—¿La novela te pareció que estaba bien?
—Sí, claro. Se hizo un
trabajo único, pero
podrían haberme aprovechado más y hubiera sido mucho mejor. No pudieron hacerlo, así que espero que lo hagan los argentinos. Empecé a tomar
clases de castellano, porque quiero participar en una serie o película.
El teatro en Carlos Paz ya está confirmado.
—¿Existe en Turquía el prejuicio de que el actor de televisión en teatro no funciona, y viceversa?
—No es
prejuicio. Es así. El actor de
series puede hacer
teatro, pero no es. Tampoco para un actor de teatro es fácil actuar en TV, y yo soy un buen ejemplo de eso. En los primeros
cinco capítulos me fue muy difícil. Actuaba de manera
exagerada.
—Leés Shakespeare. ¿Qué diría Hamlet de este mundo?
—
Para mí está Shakespeare y después el resto, por eso hice Hamlet y Macbeth. Creo que lo que Hamlet diría en este momento es: ¿me despertaron para este mundo miserable?
—Dijo que sueña con ganar un Oscar. Al Pacino y Matt Damon son ganadores y están casados con mujeres argentinas. Podría empezar por ahí…
—Ya estuve casado durante cinco años. Sé lo que es el matrimonio y por eso
no quiero volver a casarme. No me voy a casar para conseguir un Oscar (ríe).
—Cuando estabas en “Las mil y una noches”, ¿presentías que la pareja de protagonistas estaba enamorada en la vida real?
—Cuando empezó la serie
Halit tenía novia y se
casó enseguida.
Bergüzar tenía
novio también, pero nosotros veíamos que entre ellos pasaban cosas. Me sorprendió que Halit se
casara. Después
se separó de esa mujer y entendí que lo hacía por
Bergüzar. Nosotros
siempre mostramos respeto. El amor más grande que se puede sentir es el amor a
Dios, pero en este mundo no puede haber uno
mayor que el que se siente por una
mujer o un
hombre. Ellos se aman y hay que respetarlos.
Fotos: Néstor Grassi y Cedoc/ Diario Perfil